La historia de México es un vasto tapiz tejido con héroes y villanos, triunfos y tragedias. Pero bajo la superficie de los relatos oficiales, se esconden capítulos llenos de misterio, intriga y verdades incómodas que han marcado el destino de la nación. Desde asesinatos que conmocionaron al país hasta operaciones encubiertas y fraudes electorales que definieron épocas, estos nueve secretos revelan una cara poco conocida de eventos que creíamos entender. Prepárate para un recorrido por los enigmas que aún hoy, décadas después, siguen generando preguntas y controversia, desafiando la narrativa oficial y la memoria colectiva.
El Asesinato del Cardenal Posadas Ocampo: ¿Error o Conspiración de Estado?
El 24 de mayo de 1993, Guadalajara fue escenario de un evento que sacudió los cimientos de México. En el estacionamiento del Aeropuerto Internacional Miguel Hidalgo, una balacera dejó siete personas muertas, entre ellas el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de la Arquidiócesis Tapatía. Había acudido a recoger al nuncio apostólico Jerónimo Prigione. La versión oficial, conocida como la “teoría de la confusión”, argumentó que los sicarios de un cartel de la droga confundieron al cardenal, un hombre alto y corpulento de 67 años, con un capo rival de 37 años y 1.64 metros de estatura.
Sin embargo, esta teoría ha sido ampliamente cuestionada. Fernando Guzmán Pérez, abogado y político con profundo conocimiento del caso, asegura que no había forma de tal confusión. Más allá de las diferencias físicas, existen elementos que sugieren una trama mucho más compleja. Antonio Gutiérrez Montaño, vocero de la Arquidiócesis, señaló la posible existencia de un “tercer grupo” armado en el aeropuerto, además de los dos carteles enfrentados, sugiriendo la participación de agentes estatales.
En 1999, el exmilitar Marco Enríquez Torres García, testigo clave, supuestamente declaró que el asesinato de Monseñor Posadas fue orquestado por políticos y funcionarios del Estado vinculados al narcotráfico. Guzmán Pérez sostiene que las evidencias, incluida la desaparición de pruebas como la cruz que llevaba el cardenal y el levantamiento de casquillos por personas no identificadas, apuntan a un crimen de Estado. Este evento marcó un antes y un después en la percepción pública del narcotráfico en México, revelando la intrincada red de poder y crimen que comenzaba a tejerse.
El “Dedazo Presidencial”: El Secreto de la Sucesión en México
En el lenguaje político mexicano, el “dedazo” se ha convertido en una expresión de crítica y burla, refiriéndose a la práctica de un político o funcionario que elige a su sucesor de manera antidemocrática, simplemente “señalándolo con el dedo”. Esta “dedocracia”, aunque ahora se asocia sarcásticamente con las elecciones digitales para resaltar la falta de transparencia, tiene raíces profundas en la historia post-revolucionaria de México.
Desde los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana en la década de 1920, y consolidado durante las siete décadas de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el “dedazo mayor” ocurría cada seis años. Al final de su sexenio, el presidente en turno “ungía” a su sucesor, una tradición que generaba tanto expectación como protestas por la falta de procesos democráticos. Aunque la expresión se centró en el PRI, también se usa para cualquier ascenso inexplicable en el sector público o privado. Otra variante es el “plumazo”, que implica que solo bastó la firma de un funcionario poderoso para un nombramiento, como el de Arturo Durazo como general de división sin tener carrera militar, un acto del presidente José López Portillo que causó malestar en las fuerzas armadas.
El primer “dedazo” presidencial en México puede atribuirse a Álvaro Obregón, quien en 1924 designó a Plutarco Elías Calles. Sin embargo, fue Calles quien popularizó la práctica durante el “Maximato” (1928-1934), periodo en el que, como “jefe máximo de la revolución”, designó a varios presidentes. El último presidente mexicano en ser “dedeado” por un mandatario en ejercicio fue Ernesto Zedillo, señalado por Carlos Salinas de Gortari, aunque la primera opción de Salinas fue Luis Donaldo Colosio. Zedillo, a su vez, “dedeó” a Francisco Labastida, cuya derrota en 2000 ante Vicente Fox marcó el fin de más de 70 años de hegemonía del PRI, aunque el partido regresaría al poder con Enrique Peña Nieto, quien ya no fue producto de un “dedazo” tradicional.
La Captura Secreta de Fidel Castro en México: Un Pacto de Silencio
La historia del revolucionario cubano Fidel Castro y su paso por México antes de la Revolución Cubana es un secreto poco conocido, envuelto en una red de espionaje y acuerdos políticos. Fernando Gutiérrez Barrios, militar y político mexicano del PRI, es una figura central en este enigma. Según el periodista Ramón Alberto Garza en su libro Dinastías, Gutiérrez Barrios, un hombre de la Dirección Federal de Seguridad con trabajos “delicados y secretos”, apresó en la Ciudad de México a Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara.
Castro y el “Che” se encontraban en México, específicamente en Abasolo, Tamaulipas, montando un centro de entrenamiento para adiestrar a cubanos con el objetivo de derrocar al dictador Fulgencio Batista. Garza sugiere que Gutiérrez Barrios pudo haber “desaparecido” a los dos revolucionarios, lo que habría alterado drásticamente la historia del siglo XX. Sin embargo, en lugar de eso, propuso al presidente Miguel Alemán un pacto: perdonarles la vida y dejarlos en libertad a cambio de que no usaran territorio mexicano para difundir sus ideas políticas o promover actividades revolucionarias.
Como parte de este inusual acuerdo, y como un “último favor” a los revolucionarios, Gutiérrez Barrios consiguió que el presidente Alemán proporcionara el dinero necesario para comprar un barco. Ese barco fue el Granma, la embarcación con la que los revolucionarios partieron del puerto de Tuxpan hacia Cuba en 1956. Aunque su primer intento de tomar el cuartel Moncada en 1953 (fecha que quedó para la historia como el inicio de la Revolución Cubana) fue fallido, finalmente lograron el triunfo el 1 de enero de 1959.
La influencia de Gutiérrez Barrios en la relación con Cuba se extendió más allá. Se dice que, mientras él era tratado como “caballero y amigo” por Fidel Castro, en México se dedicaba a perseguir y reprimir movimientos estudiantiles, sindicales y campesinos durante la llamada “guerra sucia” en las décadas de 1970 y 1980, periodo en el que desaparecieron más de 800 personas. Hay quienes incluso especulan que la muerte de Gutiérrez Barrios en el año 2000 fue fingida, y que se retiró a una “paradisiaca playa cubana” con el eterno agradecimiento de Castro.
El Misterio del Magnicidio de Colosio: ¿Asesino Solitario o Complot?
El 23 de marzo de 1994, México se paralizó con el asesinato del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, en un acto político en Lomas Taurinas, Tijuana. La versión oficial condenó a Mario Aburto Martínez como el único responsable, sentenciándolo a 42 años de prisión bajo la teoría del “asesino solitario”. Sin embargo, esta versión nunca convenció a la mayoría de los mexicanos, quienes apuntan a un complot orquestado desde las esferas del poder.
Colosio, poco después de su designación como candidato, se había distanciado públicamente del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, lo que avivó las sospechas sobre la implicación del presidente o su círculo cercano. El caso, reabierto por el Estado mexicano en 2022, sigue siendo una herida abierta.
Una de las teorías más fuertes vincula el asesinato con Fernando Gutiérrez Barrios. Tras renunciar como secretario de Gobernación en enero de 1993, un cargo considerado antesala a la candidatura presidencial, Gutiérrez supuestamente tenía la promesa de Salinas de ser el elegido. Al optar por Colosio, se cree que la molestia de Gutiérrez, quien mantenía una enorme influencia en el aparato de seguridad del Estado, pudo haber derivado en una conspiración. Se especula que la versión del “asesino solitario” fue preparada en la misma Secretaría de Gobernación por personas afines a Gutiérrez Barrios, incluso después de su salida, con el apoyo de su sustituto, Jorge Carpizo McGregor.
Según esta hipótesis de un crimen de Estado, el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) habría elegido a dos agentes, Ernesto Rubio Mendoza y Jorge Antonio Sánchez Ortega, para perpetrar el crimen, mientras Mario Aburto era seleccionado como chivo expiatorio. Se afirma que Rubio Mendoza fue quien propinó el tiro mortal en la cabeza, mientras Sánchez Ortega disparó al abdomen. Inmediatamente después, agentes del CISEN detuvieron a Aburto y sacaron a los “tiradores” de la escena del crimen. Rubio Mendoza, autor del disparo mortal, fue supuestamente asesinado en un taller para asegurar su silencio definitivo. El misterio persiste, y la figura de Colosio sigue siendo un símbolo de la fragilidad del poder en México.
El Papel Oculto de la CIA en la Matanza de Tlatelolco
El 2 de octubre de 1968, la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se tiñó de sangre en un evento que marcó a una generación. La matanza de Tlatelolco es un episodio dramático lleno de misterios, y documentos desclasificados por la CIA en los últimos años han revelado una influencia insospechada de la agencia estadounidense en los sucesos.
Durante los meses previos, la CIA estuvo monitoreando a los principales líderes estudiantiles y de los movimientos populares, recopilando información personal y grabando conversaciones. Tras la masacre, los agentes de la CIA en México enviaron informes a Langley, la sede de la agencia. Algunos de estos informes incluso llegaron al escritorio del presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, quien en ese momento figuraba en la nómina de la CIA como informante.
Díaz Ordaz creía firmemente que las protestas estudiantiles eran parte de un complot comunista orquestado desde Moscú y La Habana, una creencia que la CIA contribuyó a reforzar. La influencia de la CIA en el gobierno mexicano fue tejida por Winston Scott, jefe local de la agencia entre 1956 y 1969. Scott, un hombre carismático, se ganó la simpatía de presidentes como Adolfo López Mateos, y a través de él, conoció a Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, quienes tendrían papeles clave en Tlatelolco como presidente y secretario de Gobernación, respectivamente. Incluso Echeverría fue reclutado como informante de la CIA.
Aunque se desconoce cuánto ganaban los presidentes mexicanos como agentes de la CIA, se cree que no era mucho dinero. La pregunta de por qué trabajaban para una agencia extranjera por unos pocos dólares, cuando podían enriquecerse impunemente con el tesoro nacional, es respondida por el investigador Sergio Aguayo: “Una posible respuesta es que no le daban importancia al dinero. Lo aceptaban porque a cambio tenían la protección y la inteligencia que les daba la CIA”. Esta relación se intensificó, llevando a la CIA a operar a sus anchas en México durante las décadas de 1960 y 1970, compartiendo información de inteligencia con los gobiernos que se beneficiaban de ella. Incluso figuras como el expresidente Lázaro Cárdenas y el pintor David Alfaro Siqueiros fueron espiados.
El Intelectual Detrás de la Sombra: Emilio Uranga y la Propaganda del 68
Detrás de la brutal represión del movimiento estudiantil mexicano y la matanza de Tlatelolco se esconde la mente de un filósofo casi desconocido para el gran público: Emilio Uranga. El investigador y escritor Jacinto Rodríguez Munguía, autor de La conspiración del 68: Los intelectuales y el poder, así se fraguó la matanza, no duda en llamarlo el “Goebbels de México”, en alusión al ministro de propaganda del Tercer Reich.
Uranga, fallecido en 1988, fue un intelectual al nivel de figuras como Carlos Fuentes y Octavio Paz. Sin embargo, su trabajo en el campo de la propaganda en México es casi desconocido. Rodríguez Munguía sostiene que el filósofo puso su genio al servicio de Díaz Ordaz y Echeverría Álvarez para justificar los excesos del poder contra el movimiento estudiantil de 1968. Su labor fue discreta pero increíblemente efectiva en la “construcción de historias paralelas de la historia de México”.
Comparando los métodos de Uranga con los de Goebbels, el investigador afirma que son “casi papel calca”. Uranga diseñó a su “enemigo”, lo identificó, le creó una historia, y le puso adjetivos e identidades para deslegitimarlo. Utilizó principalmente la columna “Granero Político”, publicada semanalmente en el periódico La Prensa bajo el pseudónimo “El Sembrador”. Con esta columna, logró convencer a muchos mexicanos de que los estudiantes eran “fascinerosos y terroristas” que buscaban desestabilizar la democracia.
Uranga es conocido por su obra Análisis del ser del mexicano, que sin duda le fue útil en el diseño de su propaganda. Sin embargo, nunca reveló su nombre en su trabajo propagandístico, utilizando pseudónimos o simplemente omitiendo su identidad. El historiador mexicano José Cuellar Moreno, en su libro La revolución inconclusa: La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI, coincide con Rodríguez en que el filósofo fue esencial en la defensa de la represión del movimiento estudiantil. Su influencia en “todo ese montaje discursivo” es innegable.
El Enigma de la Agente 10B: ¿Quién Salvó a México de una Invasión Estadounidense?
Tras la Revolución Mexicana, el nacionalismo se convirtió en una ideología de Estado, y el gobierno de Plutarco Elías Calles, iniciado en 1924, implementó medidas contra las empresas transnacionales extranjeras, especialmente en el sector petrolero, lo que no fue bien recibido por Estados Unidos. La tensión entre ambos países escaló hasta el punto de que el gobierno de Calles fue considerado una amenaza directa para los intereses estadounidenses.
En agosto de 1926, Frank Kellogg, secretario de Estado norteamericano, llegó a decir que “el gobierno de México es verdaderamente bolchevique”. En este ambiente prebélico, en Estados Unidos se fraguaron planes de intervención en México, plasmados en el llamado “Plan Verde”. Sin embargo, un misterioso agente estadounidense, nunca identificado y conocido solo como 10B, comenzó a filtrar documentos al gobierno mexicano, alertándolos de los planes de Washington.
El 9 de febrero de 1927, el agente 10B envió un informe crucial al presidente Calles, revelando que el presidente estadounidense Calvin Coolidge había decidido invadir México, poniendo en marcha el Plan Verde. Ante esta “papa caliente”, Calles tomó una de las apuestas más arriesgadas en la historia de la política mexicana. Le escribió al presidente Coolidge, adjuntando varios de los informes entregados por 10B, con una nota que decía: “Los siguientes documentos fueron entregados a las autoridades mexicanas sin haber sido solicitados. Como gesto de buena voluntad los regresamos.”
Afortunadamente para Calles y para los mexicanos, la jugada salió ganadora. Tras verificar la autenticidad de los documentos, Coolidge se sintió “cogido casi con las manos en la masa” y aceptó negociaciones con México para reducir las tensiones. Coolidge se comprometió a no invadir y ocupar territorio mexicano, mientras Calles prometió revelar la identidad de los agentes secretos al servicio de México, con la condición de que no fueran enjuiciados y los encarcelados fueran liberados. El 23 de mayo de 1927, el agente 10B envió su último informe, y jamás volvió a saberse de él. Como un dato poco conocido, a raíz de estos incidentes, se instaló una línea telefónica secreta entre la Casa Blanca y el Palacio Nacional Mexicano, al estilo del famoso “teléfono rojo”.
El Espionaje de la Guerra Fría en México: Un Centro de Operaciones Global
Durante la Guerra Fría, la Ciudad de México se convirtió en un importante centro del espionaje internacional, un verdadero nido de agentes secretos de Estados Unidos, la Unión Soviética, Europa, Cuba y, por supuesto, México. El periodista de investigación estadounidense Jefferson Morley recuerda cómo en los años 60, México era un hervidero de espionaje “desde todos los frentes”.
Durante décadas, agentes secretos mexicanos al servicio de potencias extranjeras, e incluso presidentes como Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, han sido señalados como informantes de la CIA, aunque el único caso confirmado es el de López Portillo, identificado en un documento desclasificado. En la década de 1960, Estados Unidos instaló un centro secreto de operaciones de espionaje en México con una plantilla de 11 personas dedicadas a realizar escuchas telefónicas. Morley, autor de Nuestro Hombre en México: Winston Scott y La historia secreta de la CIA, señala que era una “operación bastante grande”, llegando a escuchar 32 números de teléfono diferentes.
La cooperación entre los dos gobiernos era tal que “lo que obtenía la CIA lo obtenía el gobierno mexicano y lo que conseguía el gobierno mexicano lo conseguía la CIA”, según Morley. La lista de escuchados no solo incluía a las embajadas de la URSS, Checoslovaquia y Cuba, sino también a críticos del gobierno mexicano, incluso si eran del PRI, como el expresidente Lázaro Cárdenas, o figuras como el pintor David Alfaro Siqueiros y líderes estudiantiles.
La CIA operó sin impedimentos en México entre las décadas de 1960 y 1970 gracias a sus estrechas relaciones con los gobiernos en turno, que se beneficiaban de la información de inteligencia. Winston Scott, el jefe del puesto de la CIA en México, fue clave en esto, reclutando como informantes a presidentes como López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz (cuando era secretario de Gobernación y luego presidente), y Luis Echeverría (quien trabajó en la administración de Díaz Ordaz y también se convirtió en presidente). México, una nación que parecía neutral, era en realidad un tablero crucial en el gran juego de ajedrez de la Guerra Fría.
La Caída del Sistema en 1988: El Fraude Electoral que Cambió México
Las elecciones federales mexicanas del 6 de julio de 1988 son recordadas como uno de los episodios más controvertidos en la historia política del país. Los principales contendientes eran Carlos Salinas de Gortari del PRI, elegido por “dedazo” de Miguel de la Madrid, y Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del expresidente Lázaro Cárdenas, postulado por un frente de izquierdas que generó una gran movilización popular. El garante de la pulcritud del proceso electoral era el propio gobierno a través de la Comisión Federal Electoral, adscrita a la Secretaría de Gobernación y dirigida por Manuel Bartlett Díaz.
Tras la votación, los resultados debían anunciarse a las 9 de la noche, pero esto no ocurrió. El gobierno justificó el retraso con un “error técnico” en el sistema de cómputo, lo que se conocería popularmente como la “caída del sistema”. Los resultados se demoraron una semana, y cuando finalmente se presentaron, causaron una conmoción política mayúscula. Los cardenistas se declaraban ganadores, pero la Comisión Electoral anunció como vencedor a Salinas de Gortari con un 50.7% de los votos, relegando a Cárdenas al segundo lugar con 31.0%.
Casi todos los mexicanos creen que el largo “apagón” del sistema electoral fue una maniobra para arrebatarle la victoria a Cárdenas y favorecer al PRI. Incluso con el presunto fraude, el PRI registró el peor resultado electoral de su historia hasta ese momento, lo que subraya la magnitud de la movilización opositora.
Un detalle poco conocido es que una de las primeras misiones que Salinas le encomendó a Fernando Gutiérrez Barrios, al ofrecerle la Secretaría de Gobernación, fue conseguir que Fidel Castro viajara a México para el acto de toma de posesión. Salinas buscaba que un líder de prestigio entre la izquierda latinoamericana y mundial como Castro lo legitimara, en un momento en que su elección era mundialmente cuestionada por el evidente fraude. Castro, no siendo “ingrato con sus amigos mexicanos”, viajó a México para legitimar a Salinas, a pesar de que este había perpetrado un fraude contra el candidato de la izquierda. Este evento sigue siendo un símbolo de la lucha por la democracia en México y un recordatorio de que la verdad, a veces, puede ser manipulada para satisfacer los intereses del poder.
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